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Series Medias # 8
Una serie de recomendaciones y disgresiones sobre todo lo que me interesa

Cómo sería de desconcertante y traumática la vuelta de las vacaciones veraniegas, que he tardado literalmente semanas en brindaros este contenido que tanto os gusta. Hasta el punto de que se ha quedado todo viejísimo: Len fue la canción del verano hace muchos veranos, y ahora ya no importa porque estamos con la rebequita (a ratos) y el remake de Agárralo como puedas está ya completamente fuera de los cines (de hecho, ya anda anunciándose el estreno inminente en streaming). Pero yo aquí dejé claro que para que todos fuéramos felices el mayor tiempo posible, esto iba a salir cuando saliera. Así que nos vemos en un momento indeterminado antes, o después, de Halloween (ojito al Bluesky, que estoy recomendando una peli de terror al día). Más o menos.
PD (PD en la introducción, vamos así de a tope): Sí, esto estaba escrito antes de que Fran ganara el Premio Tusquets con su noveloncio El corazón revolucionario del mundo, y ya podéis comprarlo. Hacedlo mientras yo termino de releerlo y hablamos tranquilamente de la mandanga en el 9 de Series Medias.
PD2: Dios. En fin, no discutamos sobre el tema. Nos ha venido así:
Haremos un RANCHO DRÁCULA ESPECIAL HALLOWEEN en directo el próximo 31 de octubre por la mañana en Málaga. Seguid nuestras redes sociales para más detalles, que en el momento de teclear esto no tengo.
Presentaré el susodicho noveloncio de Fran en la librería Mistral el próximo martes 11 de noviembre a las 19 en Madrid, e la librería La Mistral. Venirse y hablamos de cómo la próxima newsletter no va a ser este CAOS ANCESTRAL DE SINDIOSES que está siendo.
Son los Len
Como sabe quien me conoce, el verano es una estación que me cae muy gorda. No solo es el calor y la luz, que tendrán sus cosas, pero que me resultan sumamente incómodas. Disfruto del no trabajar como el que más, pero llevo toda la vida en un conflicto interno con la idea de que todos cojamos las vacaciones al mismo tiempo, y viajemos a sitios predeterminados todos a la vez (porque siempre te lo ha recomendado alguien, claro, no va uno a cualquier sitio) con la que no termino de reconciliarme. En cualquier caso, aprecio la asociación intuitiva que todos hacemos del verano con la tontería, la molicie y la disculpa de la chorrada como actividad cultural básica. La canción del verano, por mucho que nos haya dado horrores de tintes lovecraftianos para la posteridad, es un concepto que aprecio y defiendo.
Y ninguna canción del verano como Steal My Sunshine de Len, que me obsesiona desde que la escuché por primera vez. Hace unos cuantos veranos. No tengo muy claro qué me gusta tanto de esta cosa despreocupada con asocio a los sentimientos inanes, transparentes y demoledores del verano con veintipico años (con letra indescifrable, al parecer salida de un chorro de consciencia post-psicodélico tras una rave de tres días, exactamente igual que otra obra maestra solo un par de años anterior, Drinking in L.A. de Bran Van 3000). Pero de ella tengo algunos datos enjoyables que comparto con vosotros:
El vídeo es tan cutre porque la discográfica les dio media docena de maletas llenas de dinero (100.000 dólares, dicen las fuentes) para que hicieran un videoclip, y en esa genuina desvergüenza de la época, cuando parecía que los chavales iban a ser más listos que las multinacionales a base de gorras patrás y camisetas estilo imperio, llamaron a todos los amigos que pudieron y se gastaron toda la pasta en las recres y, supongo y espero, drogas.
El grupo son esencialmente los hermanos Marc y Sharon Costanzo y un puñado de músicos de estudio. La cosa no circuló más allá de un puñado de discos, y el tercero, You Can’t Stop the Bum Rush, es donde aparece el hit, que como todos los discos de la época tiene miucho relleno, pero también algún experimento simpático, como la fabulosa The Hard Disk Approach, un homenaje maravilloso al lado más bubblegum del krautrock, si es que eso es posible.
La canción es tan infecciosa porque tiene un sample perfecto: un fragmento de More, More, More de Andrea True Connection (lo tenéis a partir de 2:32). Aquí lo tenéis muy bien explicado.
El primer minuto del videoclip, con las motos, la peñita guapa y el parecido razonable del 50% del combo, Marc Constanzo, con Vin Diesel, me hace soñar con un mundo mejor en el que Fast & Furious fue una comedia adolescente de los noventa con este temazo bramando en la banda sonora, en vez de tanto
La cuestión de la risa
Tengo un barómetro muy personal para certificar la calidad de una spoof movie (las películas paródicas cuyos orígenes se rastrean en Mel Brooks y series como Superagente 86 y que encontraron un lenguaje propio en las películas del trío ZAZ como Aterriza como puedas, Top Secret y Agárralo como puedas, derivando luego en neo-spoof movies como Scary Movies y sus cada vez peores derivados -entre los que está, ya lo siento, Spanish Movie-). Como digo, hay una vara de medir calidades aquí: la película es mejor cuanto más me aturde.
Es decir, la experiencia que busco con estas películas no es reirme a carcajadas (aunque obviamente, se incluye en el pack), sino sentirme avasallado. Aunque encuentro paralelismos con otro tipo de películas (el cine de acción hongkonés de los ochenta, por ejemplo, donde si la experiencia ha sido buena tengo que tumbarme un rato en el sofá para que me bajen las pulsaciones) solo es con las mejores spoof movies donde han terminado los créditos finales y he sentido que me faltaba el aire.
Es un aturdimiento saludable, por supuesto, y no necesariamente acompañado de la risa en sí. No es ese “me he reido tanto que me duele la barriga” y que yo no valoro demasiado como signo de calidad porque soy persona bastante discreta y ni río mucho en las comedias, ni tiemblo mucho en las películas de terror, ni lloro a mares en los dramas. La procesión va por dentro, pero creo que ese aturdimiento refleja lo que realmente adoro del género: el amontonamiento de gags como dialéctica humorística, donde la ametralladora de chistes es tan constante que a veces los responsables de la película sacan un segundo o tercer subfusil para aguantar el ritmo.
Esto a veces se refleja de forma obvia cuando hay un chiste al fondo del plano que interrumpe el discurrir del que en ese momento está teniendo lugar. En la nueva versión de Agárralo como puedas sucede a menudo en la comisaría, donde el paso por distintas puertas y secciones del edificio da lugar a chistes instantáneos. Un recurso difícil de controlar y que si me preguntan tiene un maestro local: el Ibáñez portadista de Mortadelo. Pero ese amontonamientio también tiene lugar de una forma más sofisticada, y los ZAZ eran auténticos maestros en ese aspecto: apilar absurdos con réplicas de gags que se van encadenando hasta entrar en la abstracción.
Aunque las películas de los ZAZ son recordadas como muy visuales, en realidad un elevado porcentaje de sus gags son verbales (como demuestra que Aterriza como puedas sea hoy recordada como una avalancha de frases inmortales, desde “Elegí mal día para dejar de esnifar pegamento” a “Joey, ¿te gustan las películas de gladiadores?”). Y es ahí donde a veces en busca de la sorpresa humorística constante los diálogos se adentran en unos laberintos de asociación de ideas y de exploración del absurdo por el absurdo que, literalmente, no tiene parangón en ninguna otra comedia. Solo hay que ver una recopilación de citas de Leslie Nielsen como Frank Drebin para entenderlo: en realidad muchos de los chistes que recordamos son tradicionales (el clásico de Aterriza como puedas de “¿Un hospital? ¿Qué es, doctor?”), y los recordamos precisamente porque tienen una estructura clásica de chiste, de planteamiento, nudo y desenlace. Pero las auténticas joyas de la corona son esas derivas del pensamiento de Frank Drebin en Agárralo como puedas (aún más habituales en la serie de televisión que inspiró las películas, donde por motivos presupuestarios, buena parte de la comicidad se confiaba al increíble talento de Leslie Nielsen para enunciar secuencias de pensamiento absolutamente absurdas sin inmutarse), que son las que a mí me producen ese aturdimiento tan gozoso.
La nueva versión de Agárralo como puedas está un escalón por debajo de su precedente del mismo modo que Liam Neeson se revela como un excelente comediante de la variante deadpan, pero queda un paso detrás de una auténtica fuerza de la naturaleza de la comedia como era Nielsen. Pero aún así, es una comedia estupenda: rebosa grandes chistes y grandes diálogos, aunque muchos de los mejores (“No puedes vencer al Ayuntamiento - No, es un edificio”; o el interrogatorio en el que se reducen los sospechosos a los que Drebin ha disparado por la espalda al único que era blanco; o el ya legendario “¿Frank Drebin? - Yo también”) carecen de esa especie de lógica cerebral que parece formada por dos perchas de alambre enganchadas y que cuanto más se tira de ellas más se enredan.
El universo de las spoof comedies es un terreno maravilloso y excitante. Tienes el canon (los ZAZ) y unas cuantas derivadas (todas las imitaciones de Agárralo como puedas, lo que incluye las Hot Shots y las muchas comedias de explotación que hizo Leslie Nielsen, algunas horribles, otras -como Espía como puedas- magníficas). Tienes un autor clásico con sello personal, pero imprescindible para entender el género, Mel Brooks. Tienes una evolución en direcciones propias como son las Scary Movie (más visual, más juvenil, más improvisada, más stoner en general, pero con gags tan increibles como este), que desataron su propia ralea de imitaciones, de nuevo algunas horribles (como todo lo que hicieron Jason Friedberg y Aaron Seltzer, o algunas secuelas de la propia Scary Movie) y otras memorables (como No es otra estúpida película americana). En fin, un submundo al que, lo reconozco, le tengo cierta devocion por su abrazo desacomplejado a la chorrada y la cucamona, y a un estilo que es una deriva atolondrada de algo esencial para mi forma de ver el mundo, como ya sabemos todos, que es la revista MAD.
Es un subgénero que me cae inevitablemente simpático, hasta en sus peores ejemplos (y los hay horribles, Casi 300 o Epic Movie son cosas que no recomiendo a nadie -y aún así incluyen imágenes de trompazos legendarios, que me vais a perdonar, pero un trompazo bien rodado es Gran Cine siempre-) porque la filosofía de reirse de todo me parece saludable. Pero sobre todo, desarrollan una dinámica de la acumulación que me divierte mucho. De la nueva Agárralo como puedas se sale con la impresión de haber sido sepultado por una cantidad de chistes casi insalubre. Y bueno, hacía literalmente años que no vivíamos algo así. Solo por eso vale la pena ensalzarla como una especie protegida.
Brevas
Acabo de recuperar y engancharme de nuevo a Lard, un proyecto de alquimia exquisita que surgió de unir los talentos como letrista y vocalista de Jello Biafra, amado líder de Dead Kennedys y la plana mayor de los iconos del indutrial melenudo Ministry. Que siempre me han caido bien, pero no acababa yo de entrar por sus dejes metaleros, cercanos al thrash. Y me ha corroborado algo que yo sabía: velocidad bien, ruidera bien, pero lo que le suele faltar a estos grupos de MTV Bis es la voz de alguien que parece que acaba de escaparse del frenopático. Y todo lo que es chapa raca-raca se convierte en una cosa que fluye muy ricamente. Viva la locura.
Ya con retraso considerable os cuento que estuve un año más en el Canela y lo pasé estupendamente, como siempre, en el único festival en el que no acabo con ganas de comprar un lanzallamas por Temu para aplicar algo de fuego purificador a público, artistas, organización y lo que pille por medio. Y aun así, lo mejor del año fueron las arrolladoras Lambrini Girls, indiscutible grupo del año, que sonaron cutres y birriosas como si estuvieran en un local con aforo de cuarenta personas (pero donde habían embutido a ochenta). Gritaron las consignas más cerdas de los cuatro días, no les importó desafinar lo más grande y me dejaron rezando para que algún día se acerquen a Madrid a un local más apropiado y me rompan la crisma de un guitarrazo.
Me he leído en prácticamente una tarde y pico El arte de fabricar sueños de Francesc Miró, una maravillita que relaciona todo tipo de manifestaciones de la cultura pop (especialmente películas, y dentro de ellas la repulsiva La La Land, que reduce a una montañita de humeante bosta ideológica) con una de las más indignas ideas que jamás ha asolado la especie humana: que el trabajo dignifica y que si puedes, en términos laborales, puedes. Con pulso quirúrgico, desarticula los fundamentos de esos supuestos, quiénes los concibieron (sorpresa: empresarios) y cómo el cine ha servido para machacar ideas tan perniciosas: desarticula el discurso de autores que creíamos más progresistas, como Coppola. “Cineastas y empresarios, si me preguntan a mí: todos venden cuentos muy caros” afirma Miró con ojo clínico. Un libro imprescindible, una lavativa intelectual que desarticula tópicos y que reivindica la idea definitiva que en estos tiempos nos puede ayudar a recuperar la escasa dignidad que nos queda, raspando ahí muy al fondo: que abajo el trabajo asalariado.
Mi amigo y maestro Santi Pagés, Dr. Zito, tiene una newsletter nueva, Dos ideas. Parte de un concepto con sentido y sensibilidad: en cada entrega hay dos ideas. Pero menudas ideas: Santi habla de cultura popular como hablaba de economía en su podcast, pasando el rodillo por conceptos complejos para que los entienda cualquiera pero sin necesidad de abaratar sus laberintos y sus sugerencias, dejando claro que hablamos de movidas con enjundia. De momento ya se ha metido en Lovecraft y en Heinlein y ha salido airoso, así que suscripción inmediata, es una orden.
Tengo una relacion de amor-odio digna de destacar con Delirios de España, el podcast de Juan Sanguino sobre momentos clave de la cultura pop española reciente. Hasta ahora, todas las temporadas que había puesto en pie introducían el dedo en momentos insignes del inefable e histórico cutrerío español, ese venirse arriba por los motivos más indignos que nos ha caracterizado diría yo que desde siempre, pero como mínimo desde que éramos un imperio: hasta ahora, los temas tratados hablaban de ese darse importancia por las cuestiones más bochornosas, de la portada de Mar Flores en Interviu al concierto de Marta Sánchez en El Golfo, pasando por las corridas para mujeres de Jesulín. Me gustó especialmente el que para mí es un icono absolutamente internacional e inigualable de la vergüenza ajena, el concierto de homenaje a Miguel Ángel Blanco en Las Ventas. Un hito del bochorno y el sonrojo que está perfectamente reflejado en la serie de episodios que Sanguino dedica al tema, donde políticos, artistas y altos cargos de TVE por entonces se preguntan aturdidos cómo fue posible aquello.
La última temporada de Delirios de España ha sido más ambiciosa: Sanguino emprende la crónica detallada, con declaraciones de los implicados españoles en el asunto, del rodaje de Los otros, que en su día fue la película más cara (y taquillera) de la historia del cine español. Amenábar y todo el equipo de producción despliegan un rosario de anécdotas que, sin duda, salpimentan la crónica de un rodaje que en su día fue histórico, por lo que tenía de primer puente tendido en un cine que comenzaba a despegar internacionalmente, el nuestro, y uno que ya tenía consolidadísima no solo una maquinaria industrial, sino también una serie de frivolidades y vicios que aquí nos sonaban a cosas de ricos chiflados.
Quizás ese sea el aspecto que más me interesa de Delirios de España, porque hay otro que me gusta menos: la necesidad de retorcer la realidad para adaptarlo a su narrativa. Sanguino a veces no tiene problemas en dejar fuera o contar de determinada forma las cosas para que encaje en su código de La Película Más Importante Del Cine Español. Por ejemplo, habla largo y tendido de la Ley Miró, que fue una cuestión complejísima donde sí, se dieron todos los fenómenos que explica el podcast, pero también muchos otros que pasan de soslayo: el cine de género estaba en decadencia cuando Miró promulgó la ley, y si bien la ley fue la puntilla para el cine popular, ya se estaba gestando un clarísimo cambio en los intereses de público e industria, y la ley fue un ingrediente más. Y luego está el promulgar a Amenábar como gran giro del cine español introduciendo géneros como nunca se habían visto en nuestro cine.
Bueno. Esto es impreciso en el mejor de los casos. Por esa misma época Álex de la Iglesia había hecho ya Acción Mutante (con un impacto en taquilla mucho menor, sí, pero con portadas en revistas y con patrocinio de Almodóvar, y llamando la atención lo suficiente como para que alguien quisiera pagarle una superproducción a renglón seguido) y la propia El día de la bestia, una película que se menciona en el podcast pero que debería mencionarse mucho más. Se adjudica casi a Amenábar en solitario un cambio de los gustos en el público, y de nuevo, como sucede con el enfoque de la Ley Miró, estamos ante un fenómeno mucho más complejo: El día de la bestia, cinco años antes de Los otros, fue un éxito multitudinario (solo hay que ver lo que hizo con la carrera de Santiago Segura) que mandó al director a rodar en inglés y con actores internacionales (tres años antes de los otros), y generó una nueva edad dorada del fantástico en España (no fue Abre los Ojos la responsable, fue El día de la bestia: solo hay que ver el tono y la estética de la mayoría de películas fantásticas españolas de la época). Una etapa rebosante de películas menores (por no decir sin interés), sin duda, pero que desembocó, muy pocos años después en la creación de una productora dedicada (en 2001, Fantastic Factory), que dio a luz a su propia generación de prensa especializada y a multitud de cineastas aspirantes e inspirados en ese fantástico burbujeante. Brindarle a Amenábar la responsabilidad exclusiva de un “nuevo cine joven español” es excesivo, teniendo en cuenta que Salto al vacío es un año anterior a Tesis y Medem estaba haciendo películas desde principios de década.
Con todo, Delirios de España es un buen podcast, y no se le puede quitar mérito: es divertido escuchar las frivolidades del matrimonio Cruise y Kidman y, por una vez, es divertido jugar al Bienvenido Mr. Marshall a la inversa, sintiéndonos más listos y más pícaros que los americanos. Aunque siempre dispuestos a hacer la correspondiente genuflexión, no vaya a molestarse alguien.
Spotify: The Housemartins, los punks que mejor suenan
Me llevan acompañando desde… bueno, desde que empecé a escuchar música por mí mismo, distanciándome de los (casi inexistentes, nunca fueron especialmente aficionados) gustos de mis padres. Recomendados por un amigo del colegio que, este sí, descubría artistas continuamente gracias a la amplia discoteca de su padre, que entre otras cosas nos contaba que David Bowie era algo más que el cantante de la banda sonora de Dentro del Laberinto, nuestra película favorita por entonces (y ahora también). Entre esos descubrimientos nos cautivaban especialmente las melodías impecables, demonios, nunca superadas de los Housemartins, que bailábamos e interpretábamos en bochornosos playbacks ante el resto de la clase en fiestas de fin de curso.(supongo que eran bochornosos, también os digo que mis compañeros los hacían de Modestia Aparte).
Por entonces, aquel pop cristalino y vibrante nos parecía la mejor música del mundo y que me aspen si no me lo ha seguido pareciendo con el paso de los años: los Housemartins han sido siempre para mí el patrón oro por el que juzgar a los grupos de pop más o menos tradicional. Han sido mis Beatles y mis Smiths. La medida para todo lo que he escuchado después: si se parecen mucho, bien (The Cure), si se parecen poco mal (Oasis). Solo Madness han gozado de una distinción (y utilidad) similar. En cualquier caso, nunca me abandonaron, pero con el tiempo, según yo fui mejorando mi inglés y descubriendo sus letras (en un mundo pre-internet, un proceso mucho más lento de lo que me habría gustado), se multiplicó su atractivo. Tras esas sonrisas de niños buenos, sus videoclips sin estridencias y su (lo descubriría más tarde) casi política tendencia a no disfrazarse de nada, había letras de una contundencia política y social que los acercaba más al punk y al post-punk que a sus compañeros pop de viaje.
Todo esto venía de sus fuertes convicciones políticas, enraizadas en una especie de socialismo cristiano (esas macedonias ideológicas que pueden verse como absurdas desde fuera, pero que en el convulso Reino Unido de los ochenta poseían un extraño sentido) y que hacía que prácticamente todas sus letras tuvieran un ácido comentario social, cuando no directamente una llamada a coger horcas y guadañas como vía efectiva de progreso social. Hoy os traigo una selección de algunas de esas canciones altamente politizadas: no son todas (habría que poner en ese caso los dos discos completos que editaron, con la única salvedad de la famosa Caravan of Love, porque a los chavales también les gustaba el gospel), pero sí algunas de mis favoritas. Os recuerdo, solo para entrar en ambiente, que aunque nunca tuvieron mucho predicamiento fuera de Inglaterra, allí alcanzaron un éxito masivo: cuando editaron su extraordinario (incluía caras Bs, inéditas y demás) disco recopilatorio de despedida, Now That's What I Call Quite Good, se estimó que estaba en uno de cada seis hogares ingleses de la época. A él pertenece, por cierto, la única canción que no está en Spotify, There is always something there to remind me, una inédita especial para el recopilatorio con un memorable videoclip que os incluyo por ahí arriba y en el que la banda interpreta a los profesores de una escuela, en una canción que no tiene nada de nostálgico, sino de crítica del sistema educativo con un estribillo fabuloso (“It shouts out loud / I'm more than you”). Vamos, como Another Brick in The Wall, pero sin dar la chapa.
Os recomiendo que picoteéis por las fabulosas letras, porque esta selección es una panoplia (el mérito es del artista, no del recopilador, que quede claro) de proclamas libertinas, de reivindicaciones políticas envueltas en algunas de las mejores invectivas antisistema que dio la Inglaterra thatcheriana. Por ejemplo, en la absolutamente brutal Get Up Off Our Kness que he puesto la primera para que nadie se llame a error, cantan aquello de “Famines will be famines, banquets will be banquets / Some spend winter in a palace, some spend it in blankets / Don't wag your fingers at them and turn to walk away / Don't shoot someone tomorrow that you can shoot today”. La preciosa Build contrasta su increíble melodía pop con una canción anti burbuja inmobiliaria, que de eso ha habido siempre. Las dos canciones más populares de la banda posiblemente sean las gozosas Me and the Farmer y Happy Hour, perfectas para bailar con una Guinness de más en el cuerpo, pero: la primera es demolerodamente brittish y denuncia a los granjeros que no tienen una propiedad para sobrevivir sino como mero hobby, maltratando y despreciando a los auténticos agricultores a su sueldo; y la segunda trata de la aburrida vida de los oficinistas cuyo único aliciente en esta vida es disfrutar del juernes. Pocos, pocos cambios, ya os digo.
La lista de hallazgos que os podéis encontrar si no los conocéis es gloriosa y os recomiendo que os sumerjáis en todas las letras, en canciones como The People Who Grinned Themselves to Death (“The people who grinned themselves to death / Smiled so much, they failed to take a breath / And even when their kids were starving / They all thought the queen was charming”), Sheep (“And when you see a cane, I see a crock / And when you see a crowd, I see a flock / It's sheep we're up against”) o Flag Day (“Too many Florence Nightingales / Not enough Robin Hoods”). Actitud punk, sonido pop para que entren más suave los mensajes amargos que no conviene olvidar.
Una novela de vampiros que tenéis seguro

No me desembarazo del sóndrome de impostor cada vez que alguien habla bien de uno de mis libros (o de cualquier cosa: hoy me han elogiado por DM un artículo en Xataka que, para qué negarlo, lo cierto es que está bastante bien, y me ha ruborizado lo suyo), sobre todo cuando lo hacen extensamente o sacan a relucir aspectos en los que yo no había caido. He tenido la enorme suerte de que durante la aún escasa vida de Luz Negra (parece que salió hace eones, pero no, apenas desde febrero lleva en las tiendas), mucha gente se ha acercado a ella, ha opinado y en la mayoría de los casos les ha gustado. Es un gustazo y ya digo, un rubor. Una de las primeras que opinó sobre el libro fue Marina, experta en cine de terror que diseccionó con ojo clinico todo lo que tiene que dar mi novela. Muchísimas gracias, significan mucho este tipo de vídeos.
Y lo que tiene que ofrecer Luz Negra es bastante, todo sea dicho. Hay una jovenzuela experta en cine que se sumerge en una demoledora (a muchos niveles) trama de conocimiento oscuro que le cambiará por dentro y (jeje) por fuera: la que une la persecución incansable que la película Nosferatu vivió en su día por parte de la viuda de Bram Stoker por su desvergonzadísima (y algo más) adaptación pirata de Drácula con distintas ficciones, épocas y horrores de nuestro(s) tiempo(s). ¿Te ha intrigado? Pues ya sabes. El voto positivo de Marina ya sabes que lo tienes.


