Series Medias # 7

Una serie de recomendaciones y disgresiones sobre todo lo que me interesa

¿Para qué sirven las vacaciones? Yo no lo tengo muy claro, pero para hacer newsletters ya os digo que no. La molicie, el calor, la siesta, el desespero vital, todo eso juega en contra del fenómeno newsletter en general (de escribirlas, digo) y ya si te vas con tu familia a un pantano a mojarte el culo, ni te cuento. De momento tenemos esto hablando de algo que hice hace un mes, de la serie del momento y de un tebeo atemporal. No es para quejarse, visto lo visto.

Superestar bien

No siempre coincido con la visión del pasado que tienen Los Javis, y de su forma de escoger ciertos aspectos de la realidad para obviar otros. Es obvio que a la hora de basar una historia en hechos reales hay que ponerse unas gafas de determinado color e ir a tope con eso. En Veneno me gustó cómo lo enfocaban más que en La Mesías, donde se jugaba además con no confesar cuál era el obvio referente que inspiraba la narración, lo que permitía inyectar aún más elementos de ficción en la historia. En cualquier caso, personalidades controvertidas y tiempos turbios en todos los casos, a los que hay que colocarles los cristales teñidos de rosa (no me refiero a los LGTBI, me refiero a los que desinfectan y pulen los tristes y sórdidos hechos reales) con precaución.

El caso de Tamara era especialmente complicado: un grupo de personas que se aprovecharon de la fama y que, a la vez, se convirtieron en alimento para que la maquinaria que se alimenta de los famosos estuviera en funcionamiento. Un caso similar al de Veneno en muchos aspectos, pero más complicado por la enigmática personalidad de us protagonistas. ¿Era Tamara completamente consciente de todos los matices de su éxito, absolutamente todos los que la rodeaban eran parásitos? Y si lo fueran, ¿cual era el problema, si hablamos de personas adultas más o menos operativas y conscientes de lo que hacían? Creo que en este caso ha sido esencial la participación de Nacho Vigalondo como creador de la serie: su mirada, rebosante de una honestidad y un candor que se complementa muy bien con los aires de cinismo despreocupado de Los Javis, es clave para que Superestar sea un triunfo, incluso con un material tan delicado.

La semana que estuve viendo la serie pensé en Cárdenas, justo al tiempo en el que él decía en una entrevista que no salía en la serie porque es de derechas. El personalísimo enfoque de Nacho Vigalondo permite prescindir de quien sea necesario para contar una historia bañada en ficción, así que bien está si no le vemos el pelo (aunque mucho ojo a este artículo, semi-corroborado por el propio Vigalondo -al menos no desmentido-, en el que se descifra su presencia críptica en la serie). Pero es verdad que su ausencia dice mucho del enfoque de Superestar, que insiste en la búsqueda consciente de la fama y la relevancia por parte de los satélites de Tamara y por supuesto de la propia Tamara, pero no se adentra en la turbia naturaleza de la fama de Pozí o El Francés (del mismo modo que tampoco lo hace con la naturaleza de la fama del Cuñao y el Risitas, quizás matemáticamente opuesta a la que vivieron los personajes de Cárdenas).

Porque lo que está contando Superestar es otra cosa, y precisamente en la ausencia de Cárdenas está la clave para entender la serie. Vigalondo no está narrando el proceso de búsqueda de la fama, aunque eso vaya implícito en el retrato de Tamara, una especie de road movie del espíritu con sidekick septuageniario incluido y que acaba con una explosión doppelgangerizada amable, pero bastante perversa (la única forma de que Tamara hubiera salido triunfante de todo el proceso habría sido si se le hubiera arrebatado, una circunstancia que se anula a sí misma). Pero no es ese el núcleo de lo que se cuenta, sino su deseo. A Superestar no le interesa el ascenso a la fama y sus mecánicas, y los peajes que hay que pagar, sino el ansia, la búsqueda, que unos se toman de una forma y otros de otra. Por eso no hay Cárdenas (un engranaje de una maquinaria horrible) y por eso tantas veces la serie se sumerge en las fantasías de sus protagonistas (de los raptos por sectas a los encaprichamientos amorosos, pasando por el amarguísimo periplo hacia el aeropuerto, el símbolo más duro posible de la desolación interior -tener el alma más hueca que la T2 de Barajas un día laborable de madrugada-), antes que en una narración de los hechos.

Superestar solo podía contarse con este extravagante y acertadísimo punto de vista, una especie de amalgama de psiques torturadas, sueños perversos y retratos deformes. La referencia explícita a Valle Inclán y el esperpento no solo sirve para dar carta de legitimidad intelectual al fenómeno: es que por conocido que sea, al fin se oficializa este eterno referente para explicar esta fascinación universal que en España va más allá del Hombre elefante, Michael Jackson y los circos de freaks. Y eso por mucho que la presencia de Jackson sea inevitable, y Vigalondo la traiga a colación de la única forma posible: a través de otro espejo deformado, el del talento limpio, tan inadulterado que parece propio de un párvulo, de Luixy Toledo.

No he querido ver el documental que acompaña a la serie, aunque sé que lo acabaré haciendo porque deseo que, durante un tiempo, estas sean en mi cabeza las versiones definitivas de los personajes. Sé que los vídeos reales me van a devolver a comportamientos, éticas y estéticas que se darán de bruces con lo que propone Vigalondo, su hiperestética y con los personajes obsesionados con una abstracción de la fama y el poder delirante, como de tebeo de superhéroes donde los superhéroes duermen en pensiones. Ahora, en el mundo real, Yurena va a dar un concierto multidinario en Villaverde, y se cierra el circulo de fantasías que contaminan la realidad, en una serie cuyo mayor valor quizás sea ese, y que me aspen si no es esa la aspiración de cualquier escritor de ficción: que sus criaturas empapen el tejido del mundo real hasta que éste se resquebraja. Superestar lo ha conseguido.

Livin’ la vida Celsius

Ha pasado casi un mes desde el Celsius, donde como sabéis estuve presentando Luz Negra, firmando libros y, en general, arropándome en olor de multitudes (que iban a ver a otros, es decir, apropiándome de multitudes ajenas, que es una cosa muy metafísica que me gusta mucho). Estuvo muy bien: tres días comiendo cachopo a cambio de media hora de charlas. La vida como autor que quiero llevar, si me preguntan.

Ya lo habréis oido por ahí: este año la cosa se ha desbordado, porque Avilés es un pueblo recoleto y de calles estrechas y han venido demasiadas superestrellas de la fantasía a firmas, a dar charlas y demás: Brandon Sanderson, Joe Abercrombie y Joe Kristoff, entre otros. A ninguno de los tres los conozco a fondo, pero a Kristoff no lo había oido ni mencionar, es el autor de varias sagas de fantasía, alguna de ellas young adult (los otros hacen adult, pero son también un poco bastante young adult aunque ellos no quieran, para ser honestos). Empujado por la curiosidad de ver colas kilométricas para el autor hojeé uno de sus libros en un puesto, leí unos pasajes y tuve que dejarlo en su sitio cuando noté que me sobrevenía la tentación de meterle lumbre a cosas. En realidad no soy muy devoto de ninguno de los tres (aunque ya conté en Rancho Drácula que Abercrombie me hizo el apaño), pero acuñé siempre que me preguntaban por cualquiera de ellos una trase comodín muy amanosa: “No es para mí”, con la que no se falta a la verdad y deja entrever que en realidad, hay muchas cosas en la vida que no son para uno.

He de reconocer que quedé muy sorprendido con las espectaculares colas para comprar merchandising de las obras de Sanderson, gente que después iba a hacer otra cola aún más larga para asistir a una charla o que el mormón millonario le firmara un libro. Actividades que, por cierto, no eran compatibles en el caso de muchos autores: si después de dar una charla, el autor firmaba un libro, no había tiempo material de asistir al acto y ponerse en la cola de las firmas, así que había que engañar a un amigo o traer a un familiar de baliza para que mientras que tú ibas a la charla él guardara sitio en la cola cargado con las siete ediciones exclusivas previamente compradas en la tienda de campaña del merchandising. Como me dijo Fran, “ser fan de este hombre es una servidumbre”.

La cuestión es que todo esto me parece estupendo. Leía hace unos días este artículo en el que esencialmente se dice que el fandom visto en las convenciones es una refrescante alternativa al fandom que se queda en casa conjeturando acerca del próximo trailer de la película que sea y rumiando entre líneas. Una convención implica socializar y comentar con alguien lo que has leído y visto, aunque sea “No es para mí”. No puedo compartir el entusiasmo por alguien cuyo gran logro literario es “delinear complejos sistemas creíbles de magia” y lo hace con frases como “La vida antes que la muerte. La fuerza antes que la debilidad. El viaje antes que el destino”. Pero puedo empatizar con el entusiasmo por compartir algo con un montón de gente. En ese sentido, el Celsius tuvo un punto balsámico para este espíritu cascarrabias mío: no me vais a ver sumándome a una masa de gente vociferante en busca de una firma (otro día hablamos del intenso y unilateral placer que se obtiene de la hermética soledad de la lectura), pero hasta un corazón pétreo como el mío se ablanda un poquito cuando ve a tantísima gente entusiasta de lo suyo. Ya digo, un bálsamo para el espíritu.

Ahora me vuelvo a la cueva, como mínimo, otro año.

Brevas

  • Ya vi la película de los Cuatro Fantásticos y no os voy a dar el tostón con otra de superhéroes. A falta de ver Thunderbolts (que estoy seguro de que me gustará pero con toda probabilidad se me hará más bola que esta), es quizás lo mejor que ha salido de Marvel en muchos años desde, no sé… ¿el Dr. Strange 2 de Raimi? Su sencillez y lo directo de su propuesta (aparte de un diseño focalizado y lleno de hallazgos en su propósito de explotar la estética retrofuturista, no precisamente nueva, pero al menos hay una intención) juegan en su favor. Su único inconveniente es verse las caras con Superman, una película infinitamente más compleja y ambiciosa (y sí, muchísimo más divertida y fresca) que hace que Los 4 Fantásticos suene un poco a película para padres al lado del torbellino de entusiasmo juvenil y que no rinde cuentas con nadie de Gunn. Es decir, Marvel siendo Marvel otra vez… pero por una vez, sin necesidad de salir del cine con ganas de quemar contenedores.

  • Siempre quise tener un grupo que se llamara Chicos Entrometidos y Su Estúpido Perro y que cada canción fuera un whodunit que se resuelve en el último verso. Tengo demasiadas metas conceptuales en mi riñonera de proyectos sin resolver.

  • La compra de los derechos de distribución de DC por parte de Panini ha abierto una caja de los truenos inesperada. El formato Biblioteca Marvel se debe estar vendiendo como pan caliente, y no me extraña: reediciones muy asequibles de clásicos de la casa y nada mal editadas, con papel decente, buenas portadas, diseños estupendos. Y con la sequía que en este país siempre hemos tenido con DC, ahora Panini tiene vía libre para imitar ese formato triunfal con todo tipo de reediciones de clásicos de la casa rival de Marvel: el Superman de Byrne, lo Hellblazer. Y el Green Lantern de Geoff Johns, una serie de las llamadas esenciales que no leí en su día, y con la que parece que se viene una estupenda opción para ponerse al día. Bien, pues he recuperado un sentir que no experimentaba desde la adolescencia: desear que una serie no te guste para no verte obligado a comprarla. No tengo espacio, no tengo tiempo. Por favor, que no te guste. Con lo que llevo leido del tomo, la cosa va regular.

Fui al podcast amigo de ElFinFangFoon a hablar de uno de mis tebeos favoritos, Dylan Dog. Nos hemos tragado toda la etapa inicial del cómic, los números que escribió su creador original, Tiziano Sclavi. Cuarenta y tantos, que si lo traducimos a baldas, la unidad de medida de los que acumulamos papel, es un 80% de una balda razonablemente grande. Muchas páginas, once tochos en total en su edición española.

En cualquier caso, que me lo pasé en grande, como siempre con Iván y Manolo, en un espacio que para mí es un podcast paradisiaco: se hacen chascarrillos, pero no se deja cierto rigor a un lado (como saben quienes se hayan oido sus pasmosos repasos a TODO Superlópez, una tarea ridículamente enciclopédica y que literalmente no tiene parangón con ningún otro podcast especializado que yo conozca); se dan datos biográficos y de trivia de la gente implicada, y se cuentan sinopsis, pero también se habla de lenguaje narrativo y de las cositas de la industria. Un podcast en el que es un honor que te inviten, y diría aquello de “ojalá me invitaran más”, pero lo cierto es que me invitan continuamente y soy yo el que está dando largas sin parar porque no me da la vida. Pero parece que voy a volver en breve, porque van a afrontar a la vuelta del verano un puñado de tebeos más digerible que este tochal de fumetti que yo he tardado literalmente meses en releer, y me gustaría estar ahí. En cualquier caso, os recomiendo que escuchéis también mi anterior intervención, hablando del Juez Pez (soy una caja de sorpresas, ya lo sé), o directamente que os sumerjáis en su ingente fondo de catálogo, siempre lleno de alegrías y descubrimientos.

No os voy a destripar nada de lo que dijimos sobre Dylan Dog, porque para eso tenéis ahí el episodio, pero sí hay una sensación extraña con este tebeo y que me vino a la cabeza tras acabar la grabación, y es que la satisfacción que me proporciona es difícil de racionalizar, aunque lo hemos intentado a lo largo de las tres horazas y pico que hemos estado hablando. Y posiblemente eso es lo que lo convierte en uno de mis tebeos favoritos: soy perfectamente consciente de lo ramplón de sus guiños, de lo cargante de sus secudarios y de las abundantes páginas de relleno que me he tragado estas últimas semanas con la relectura de los 44 números que hemos analizado. Y aún así me apasiona.

Posiblemente sea ese fragmentar el tiempo en las secuencias de acción y terror de tal modo que cada viñeta es un plano perfecto de un giallo que no existe. Posiblemente es esa devoción por el terror que va más allá de simbolismos y significantes: a Tiziano Sclavi, creador del personaje, le flipan los monstruos, y lo único que quiere es zarandearnos enseñándonos cosas horribles. Esa honestidad me toca mucho más el corazoncito que toda la avalancha de autores actuales con sus tebeitos post-Vertigo de conceptos poderosísimos y desarrollos crípticos. Dylan Dog es tan especial porque es un tebeo de terror sin más, y necesitamos más cosas así en nuestras vidas.

Spotify: Falco era el mejor

No pretendo que me acompañéis en esto, pero de todos los grupos y artistas a los que se desprecia metiéndolos en el saco de los one hit wonders (como si eso fuera un problema: por lo que a mí respecta, UN éxito es UNO MÁS de los que vamos a tener la mayoría de nosotros en toda la vida), ninguno me pica tanto como ver ahí a Falco. De acuerdo, tuvo un éxito multitudinario, Rock Me Amadeus, y como mínimo un par de semiéxitos extra, Der Kommissar y Vienna Calling (que es por el que yo lo conocí, en una cinta de gasolinera que incluía una versión bootleg del original, que tampoco me avergüenza reconocer que durante unos años me gustó más que la de Falco), pero su discografía está llena de pepinos que merecieron un éxito comparable, y de discos completos que están requetebién

De hecho, Falco fue un one hit wonder a escala internacional (vendió 20 millones de álbums y 40 millones de singles y se convirtió en el primer artista en colocar en el Billboard norteamericano una canción en alemán), pero en su país natal era un auténtico ídolo: se le considera el artista pop austriaco más famoso de todos los tiempos. Como siempre sucede con los pioneros, su estilo característico fue fruto tanto de la intuición como del talento: Falco pasó años integrado en las escenas underground vienesa y berlinesa (de donde sacó ese deje cabaretero, multicultural y desprejuiciado que ya no abandonaría su música), pero cuando llegó el momento de sacar algo en solitario, pese a sus reticencias, su productor le convenció de que su primer single fuera lo que inicialmente iba a funcionar como cara B, Der Kommissar, aún hoy una de sus indiscutibles mejores canciones.

Por entonces el hip hop solo estaba empezando a despuntar a nivel comercial en Estados Unidos, así que Falco fue un innovador con su estilo claro, contundente (la sonoridad del idioma ayudaba, claro), completamente old-school, que no abandonaría nunca. Significativamente, Der Kommissar hablaba del consumo de drogas, especialmente cocaína, entre la juventud vienesa de la época, evocando una atmósfera sórdida que al hip hop americano aún tenía lejos (esta canción de Falco es de 1981, y Grandmaster Flash no sacaría su fundacional The Message hasta 1982). El rap se convirtió en distintivo de su estilo, aunque no exclusivo: aún hoy es una gozada escuchar el imparable fraseo de Falco abriéndose paso por canciones impecables como America, llena de dardos a los Estados Unidos de Reagan y con un riff de guitarra que es puro glam desinfectado pero muy bailongo.

He preparado una selección de canciones de Falco, donde no solo he embutido sus éxitos (incluyendo la brillantísima versión maxi de Rock Me Amadeus, el sinvergonzón y divertidísimo saqueo al Heroes de Bowie que es Helden von heute y el cover pop en inglés de Der Kommissar de los británicos After the Fire). Algunos fueron absolutamente masivos en Alemania y menos conocidos fuera, como la tristísima balada sobre una prostituta asesinada Jeanny o la a medias crítica, a medias celebratoria Junge Roemer, sobre la juventud de la época. Todo temazos que no está muy claro en qué dirección habrían seguido evolucionado. Posiblemente en ninguna, ya que Falco llevaba un tiempo sin tener éxitos fuera de su país cuando murió en un accidente de automóvil en la República Dominicana, hasta las trancas de (paradójicamente, teniendo en cuenta cuál fue su primer éxito) cocaína. En cualquier caso nos quedan todos estos temazos. A sudar este agosto, si no lo habéis hecho ya bastante.

Una novela de vampiros que tenéis seguro

Me he dado cuenta que desde más o menos la pandemia, es decir, desde que publiqué Grotespunk (¿habéis visto que está en las ofertas veraniegas de la web de Applehead más barato que nunca?), estoy siempre pensando en lo que me toca escribir. Que puede ser el libro en el que estoy, en el que estaré o el que estoy estando. Siempre con una libretita a mano, apuntando ideas, siempre madrugando para escribir un rato antes de ponerme con el otro curro, el que me da de comer. Las últimas semanas han sido un poco especiales porque igual tengo que dar un girito con lo próximo que voy a escribir, y puede haber un girito del girito, y devolverme a lo que estaba escribiendo antes o incluso catapultarme a una tercera cosa.

Lo que quiero decir es que vamos listos sin tenemos que esperar a que todo eso cuaje en algo concreto a corto plazo. Por eso, lo mejor es que vayáis a comprar lo último que he escrito, Luz Negra, en cualquier librería (incluido el mostrenco satánico online), que yo creo que os arregla lo que queda de agosto. Una joven experta en cine vetusto se ve atrapada en una conspiracionzaca con elementos sobrenaturales en la que una película, Nosferatu, y la novela en la que se inspiró, Drácula, entran en un torbellino de amenazas espaciotemporales donde realidad y fantasía se difuminan. A por ello, gente, y así puedo dedicarme a pensar en lo próximo.

Cinco ‘Rancho Drácula’

Algunas cosas que he escrito en Xataka y que no han estado nada mal

Nos leemos en la próxima o bien en Bluesky, Instagram o TikTok.