Series Medias # 5

Una serie de recomendaciones y disgresiones sobre todo lo que me interesa

En el momento de escribir estas líneas no sé si saldrá el domingo esta newsletter, como hasta ahora. Si me preguntan, me parece un triunfo que las cuatro anteriores hayan salido semanalmente. Muchas me parecen. ¿Lo conseguiremos con esta? Supongo que no tiene sentido que nos lo estemos preguntando ahora, que ya sabes la respuesta. ¿No te parece mágico este desfase entre lo que sé yo mientras escribo y lo que sabes tú mientras lees? Esta newsletter nos hace pensar más de lo previsto, ¿verdad? ¡Vamos allá!

El misterio de ‘The Bear’

No hay serie actual que me fascine más que ‘The Bear’. Prácticamente desde la primera temporada la contemplo con cierta estupefacción, rascándome la coronilla en un gesto de asombro, a veces literalmente. He leído mucho sobre ella: por ejemplo, Laura Fernández escribía esto en El País sobre la nueva temporada, que consideraba que se había recuperado después de un ligero bajón de interés en la anterior, la tercera. Todo lo que me cuenta me parece respetable, incluso a ratos puedo empatizar con algunas de sus observaciones, pero no, decididamente, Laura Pérez y yo no vemos lo mismo en ‘The Bear’.

En buena parte, hay cierto atractivo por el lado técnico de la cosa: vivimos sumidos en una mediocridad visual en televisión de altísimo calibre (dime tu serie actual favorita: 90% de posibilidades de que esté rodada con el mismo estilo -por no hablar del dinamismo- que los planazos que tu cuñado hace con el móvil de la Comunión de la niña). Así que sorprende y gratifica una serie donde hay cierto mimo en cada plano, donde la banda sonora no parece compuesta por una IA en modo prueba gratis con prompts de cuatro palabras, donde a veces hay propuestas fallidas, como los famosos episodios especiales fuera del restaurante, pero al menos hay propuestas de algún tipo… pues oye, algo más de interés que tantas otras me genera.

(Esto sonó en el último episodio que vi, vamos, es que como pa no gustarme)

Aún así, algo más debe de haber: el entorno de los restaurantes, esa búsqueda de la perfección y la excelencia donde a veces se cuela algo de filosofía de superación de coach barato (bueno, barato precisamente no), no me resulta especialmente atractivo. Y aunque hay ciertos conflictos en los que veo un interés (los personajes de Sydney o Richie tienen motivaciones muy bien escritas), la ambientación y las metas de los protagonistas, especialmente de Carmy, me pillan lejos. Pero aún así, devoro cada nueva tanda de episodios, y creo que hay algo en la serie que me atrae de la misma forma que veo reels de TikTok en la que gente restaura juguetes, construye instrumentos musicales o imprime carteles de grandes dimensiones. Me gusta ver a gente que sabe hacer lo suyo, y lo hace estupendamente.

El mundo cocina no me interesa más allá de saber cosas que me permitan no morirme de hambre, pero me gusta ver a gente trocear movidas, freír cosas, hervir lo que corresponda. Y que eso no incida en el argumento de la serie más allá de “para un momento y mira lo bien que te enseñamos cómo se hace ese plato que igual cuesta una semana de tu sueldo”. Y entonces sumo todo lo anterior y caigo en la cuenta: ‘The Bear’ no está sometida a la cargantísima esclavitud de las series actuales de tener que “contarte algo”. Estoy harto de que me cuenten historias que en realidad son como ver cómo un perro se olisquea el rabo. Durante varios años. Que una serie esté más preocupada de contarte las cosas (una chorrada, una intrascendencia) de forma atractiva que de engancharte a una historia para que consumas y consumas televisión, tiene mi apoyo.

Al menos mientras estemos sometidos a esta tiranía del girito cada cincuenta minutos, de la avalancha de personajes empáticos, de las historias troceadas en diez pastillas anuales muy fáciles de tragar. Mientras eso sea lo dominante, me vais a perdonar, pero voy a seguir enganchado a esta serie que no me importa en absoluto, pero se preocupa en darme quizás no lo que me gusta, pero sí cómo me gusta.

Escucho religiosamente el podcast de Carlo Padial desde que arrancó (lo dejo claro para que no se piense nadie que lo hago solo porque he ido de invitado; ya era fan desde mucho antes), y aunque como es lógico, el interés de las entrevistas varía según el invitado (por ejemplo, en este programa: 10/10, invitado excepcional, grandes risas, would recommend), hay algo en todos los episodios que no falla: el apabullante rant inicial de una hora de Padial disparando en todas direcciones, incluso contra su propio pie. Una divertidísima locura donde se desata la neurosis y el odio hacia todo lo que se menea, pero que no deja de lado asombroros momentos de lucidez. En este caso, el ojo clínico de Padial detecta un fenómeno derivado de la absoluta comercialización de todos los aspectos de la vida que estamos viviendo, y que cristaliza en una colonia inspirada en Napoleón.

El capitalismo se ha vuelto tan y tan acrítico que si existe una película de Napoleón, tiene sentido una colonia para oler como un loco megalómano, un sátrapa desquiciado responsable de la muerte de miles de personas. Padial comenta, no sin razón, que durante un tiempo Napoleón era símbolo de la locura: no había un manicomio de ficción sin alguien que se creyera Napoleón. Sin embargo, ahora ser Napoleón, ser el loco del que todos se ríen, el paradigma del zumbado, es aspiracional. Porque primero, todo es aspiracional; y segundo, seguro que ya hay algún teórico acomplejado del estoicismo que tiene a Napoleón como modelo de rol masculino, porque de todo tiene que haber. Recordemos que Napoleón se proclamó emperador para recibir algo de casito, porque si no no había manera de que lo tomaran en serio (un poco vídeo de seductor estoico, sí).

Yo lo que creo es que todo esto pasa porque ya no hay Mortadelos. La revista, digo, no el personaje: yo aprendí que Napoleón no era un modelo de comportamiento, sino todo lo contrario, que a las figuras de autoridad hay que tenerlas vigiladas, y que los millonarios son todos unos mendrugos con los Mortadelos. Revistillas aparentemente inocentes que dejaban claro que cuando alguien se autoproclama emperador hay que reirse de él. Si siguiéramos teniendo Mortadelos, no habría tanta gente admirando a alguien que presume de levantarse a las cinco para darse una ducha de agua fría y hacerse unos burpees, estaríamos riéndonos de semejante majadero. Pero claro, ahora esta españita es un lugar mucho más frío y triste que hace unos años. La colonia de Napoleón no es la causa, sino el síntoma, pero qué síntoma más horrible, el de esta vida que estamos viviendo sin mortadelos que nos sirvan de brújula moral.

Spotify: Quién puso el bomp

Esta semana tenemos lista mini, casi un maxisingle con cuatro vueltas a una sola canción que me vuelve loco, ‘Who put the bomp’ de Barry Mann, una especie de vuelta irónica a los clásicos del doo woop, donde crítica, un poco pollaviejísticamente, el sinsentido que muchas de las canciones del género tenían allá por los sesenta. Que si bomp bah bomp bah bomp, que si rama lama ding dong, que si bop in the bop shoo bop shoo bop, que si dip in the dip da dip da dip, cosas de jóvenes.

Pero al mismo tiempo arranca haciéndose una pregunta que me maravilla: se pregunta quién fue el loco que compuso esas movidas, porque al fin y al cabo, su chica se enamoró de él escuchando “bomp bah bomp bah bomp”. Sí, vale, menuda chorrada, pero déjame que estreche la mano de quien fuera que puso banda sonora al mejor momento de mi vida. Siempre me ha resultado muy llamativamente emotivo el resorte de esta canción: buscad a este imbécil, quiero darle un abrazo.

En esta minilista os incluyo la versión original, la soberbia versión punkpopera de las infatigables Me First and the Gimme Gimmes, un cover de la época de Frankie Lymon y los Teenagers en la que Lymon, muy espabilado, reconoce que él fue quien puso el rama en el rama lama ding dong, y para cerrar, otra maravilla, ‘Deceptacon’ de Le Tigre, cuya letra le da una vuelta al original, clamando ‘Who took the bomp’ (quién quitó el bomp). La letra de ‘Deceptacon’ va sobre la pérdida de auténtica sustancia en las canciones y la absorción por parte del mainstream de movimientos radicales como las riot grrrls. La letra es lo suficicientemente críptica como para entenderse a medias, pero yo me quedo con esta intención: la auténtica chicha de las letras está cuando el bomp bah bomp bah bomp tiene su correspondiente bomp con toda su intención. Así que dime quién puso el bomp en el bomp bah bomp bah bomp, porque esto importa.

Luz negra sigue ahí, sigue ahí la luz negra

Como sabéis, estoy ya enfrascado en la escritura de mi nueva novela, llevo alrededor de unas 70 páginas, estoy muy contento, creo que es original y distinta, pero genuinamente mía, como lo era ‘Luz Negra’. La creación es una cosa, ¿eh? Es una cosa de la que no me canso de hablar ni de oír hablar: me gusta dar la chapa con el enrevesado proceso de poner en pie un libro, pero también me gusta que me la den. Recordad que tenemos una cita en el próximo Celsius para hacer… ¡las dos cosas! Espero poder deciros en breve la fecha y horario exacto.

Mientras tanto, se me ocurre que podéis aplacar el ansia comprando en cualquier librería (lo que incluye las online del mal que a mí me vienen bien porque son libros que se venden, pero francamente, ¿acaso no es mucho mejor ir a una librería de toda la vida?) ‘Luz Negra’, mi novela lovecraftiana y neocárnica. Estoy francamente contento con ella, y me gustaría que todos la leyerais, es divertida, frenética y aterradora. A veces, todo al mismo tiempo. Id a por ella.

Cinco ‘Rancho Drácula’

Algunas cosas que he escrito en Xataka y que no han estado nada mal

Nos leemos en la próxima o bien en Bluesky, Instagram o TikTok.