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Series Medias # 4
Una serie de recomendaciones y disgresiones sobre todo lo que me interesa

Gracias a todos, como siempre, por el apoyo, la difusión y las agradables palabras que me llegan. Es muy agradable y, además, ya sabéis que el casito es la única divisa que se recibe por hacer esto, así que es importante que vocalicen sus comentarios. Espero que estéis descubriendo cosas con esta ristra de movidas. ¡Sigamos!
Regreso al pasado
El otro día revisé ‘El regreso de los muertos vivientes’, una película que tengo (merecidamente, corroboré con la revisión) en un altar por innumerables motivos. De mi primera vez con ella, extremadamente joven, recuerdo quedar cautivado por su alquímica conjunción de monstruos eternos (sus zombis siguen estando entre mis zombis favoritos), musicote (que, obviamente, no ha hecho sino revalorizarse con el tiempo, sobre todo teniendo en cuenta las cosas que pueblan las bandas sonoras de ahora, pero es que vamos: The Cramps, The Damned, TSOL…) y presencias icónicas (Linnea Quigley en su primer papel, claro, pero también iconos de la serie Z como Clu Gulager o Don Calfa). Ciertas cosas, sin embargo, solo las llegas a apreciar con el tiempo.
Por ejemplo: el esquivo sentido del humor que empapa cada fotograma. ‘El regreso de los muertos vivientes’ fue escrita por John Russo, creador de ‘La noche de los muertos vivientes’, razón por la que se la considera una secuela oficial, una bifurcación frente a otra línea de secuelas oficiales, las que siguió dirigiendo George A. Romero: ‘Zombi’, ‘El día de los muertos’ y demás. ‘El regreso de los muertos vivientes’ toma una línea argumental distinta: en vez de considerar que el mundo de ficción de ‘La noche…’ original puede ser ampliado con nuevas entregas, aquí se habla de la película de ‘La noche…’ como eso, como una película. “¿Te acuerdas de ‘La noche de los muertos vivientes’, la película en la que los muertos salían de las tumbas?”. El punto de partida de ‘El regreso…’ es que la película original de Romero no era una ficción, sino un documental: los muertos volvieron a la vida de verdad, y se rodó para tapar el auténtico motivo, experimentos con armas biológicas del gobierno. Un delicioso y nada marisabidilla ni obvio humor meta que convierte la ficción en realidad para, a partir de ahí, crear una nueva ficción, reescribiendo un clásico del género. Eso me voló la cabeza siendo un adolescente. Y aún así (otra vez). Aún quedan ciertas cosas que solo las aprecias con más tiempo.
En esta revisión no solo he disfrutado con lo que ya sabía que me entusiasmaba: esas soberbias citas al clásico de Romero, o cómo renueva la mitología zombi con un sencillo retruécano: la muerte duele, y la única forma de aplacar ese dolor es con la ingesta de cerebros (un giro, el de la agonía de los difuntos, que se seguirá retorciendo sobre sí misma en la excelente tercera entrega, que aquí conocimos como ‘Mortal Zombie’). Pero lo que realmente me ha entusiasmado es el sentido del humor autoconsciente, referencial pero nada friqui, por usar un término odioso, en el sentido de que no funciona como puerta rotatoria para conocedores de la mitología zombi. ‘El regreso de los muertos vivientes’ cita a sus precedentes, juguetea con las referencias, pero abre los brazos a todos los espectadores: por eso los muertos vivientes de esta película a veces corren muchísimo, a veces van lentos según convenga, a veces son cadáveres putrefactos, a veces son mutaciones perfectamente articuladas. El mejor chiste de la película tiene lugar cuando después de devorar a los enfermeros que conducen una ambulancia, los zombis piden por radio más ambulancias, una demostración de raciocinio que quiebra toda la lógica de la película, es decir, que reventaría a los guardianes de las esencias… pero es graciosísima.
‘El regreso de los muertos vivientes’ conserva intacta su frescura precisamente por eso: plantea unos cimientos basados en películas anteriores, pero es capaz de demolerlos si hace falta un buen chiste. Es un soplo de aire fresquísimo comparado con la rigidísima vigilancia a la que se someten las franquicias actuales, que pueden ser destrozadas en redes por un cambio de raza o género intrascendente o un uniforme que no encaja con lo que se veía en viñetas de hace cuarenta años. ‘El regreso de los muertos vivientes’ asienta firmemente sus raíces en una época mucho más feliz, en aquella en que había un fandom, sí, pero no estaba compuesto mayoritariamente por imbéciles.
Me volví a escuchar el excelente capítulo de ‘Esto ya se ha hecho’, el podcast siempre interesante del sindicato de guionistas ALMA, donde Nacho Vigalondo y Rubén Ajaú (Muerte Horrible) charlaban un rato sobre el advenimiento de la IA, y qué nos va a pasar. Desde la primera vez que lo oí, hace ya unos meses (Nacho aún no había estrenado la fantástica ‘Daniela Forever’, que por cierto ya podéis catar en Filmin), han pasado cosas con las inteligencias artificiales. Básicamente, que está muy claro que las cosas van a cambiar en lo laboral (al menos en lo que respecta a lo que me toca a mí) y también en lo personal: el cacharro está cada vez más presente en el día a día de la gente, que empieza a usarlo como oráculo, como colega, como confesor y como sustituto de Google. Si creéis que eso no supone un cambio en el día a día, pensad en cómo era la vida antes de Google, y en cómo pasaron a estar amuebladas las cabezas cuando nos acostumbramos a que el buscador fuera cotidiano (consultas en el móvil, uso de Maps, acceso a información inmediata). Ahora pensad en qué pasaría si todo lo que contiene Google pasara a estar en la cabeza de alguien con quien charlar, interactuar y a quien pedir opinión con fórmulas absolutamente cotidianas. En fin, es lo que se viene, y yo solo digo.
Pero no vengo a hablar de esa cuestión, sino de lo de siempre, de lo que me gusta: de cómo impacta la IA en lo que me gusta, concretamente. Hay un momento en el que Nacho habla de cómo la imperfección de estos dispositivos de inteligencia artificial es interesante, porque arrojan imágenes y razonamientos rotos, donde hay un resquicio robótico que es infinitamente más interesante que el escalofriante hiperrealismo al que se acercan ya los generadores de vídeo e imagen, y que dentro de unos meses estará ahí, generando sin parar noticias falsas, inundando internet de caos y confusión, cambiando por completo nuestra percepción de la realidad porque ya no habrá nada a lo que agarrarse. Pero de momento, lo eran en el momento en el que se grabó ese podcast y lo siguen siendo, son imperfectas, y eso creativamente es relevante: por agotador que sea el IA slop que inunda las redes sociales, también tiene su gracia en que sea, estilísticamente, filosóficamente, una mierda.
Y eso me ha hecho pensar en que las IAs se aproximan peligrosamente a imitar a la perfección nuestros modelos canónicos. “Escríbeme una secuela de El Padrino”, diremos, y nos la van a escribir (y a mostrar), estoy seguro, de forma absolutamente impecable. Un guión canónico, unos Marlon Brando y Al Pacino impecables (más que impecables, indistinguibles de los originales), una fotografía y una música y un acabado idéntico a los de los setenta. Esto va a pasar, y si ahora las majors están invirtiendo todo su ímpetu creativo en hacer remakes de clásicos en los que el valor está en que “se parece mucho al original” (el podcast también habla de este espanto cultural que vivimos), imagínate las dinámicas cuando eso se automatice. El concepto de churrería se va a quedar escaso.
Sin embargo, hay algo que la IA no puede clonar, y es la imperfección, la irregularidad, porque es imposible que el algoritmo lo comprenda: puede copiar la estética, las convenciones en el esqueleto comunes a otras obras, pero no la belleza de lo equívoco. Es el momento de reivindicar la música que se queda a medias, los libros llenos de altibajos, los cómics dibujados apresuradamente pero con una furia imposible de imitar, las películas de bajísimo presupuesto pero entusiasmo inigualable. ¿Sabéis lo que nunca va a saber imitar y, por tanto, a generar la IA? La serie B. Por supuesto que la IA puede repetir los códigos visuales y narrativos de los bajos presupuestos, de la música hecha con tres acordes, de los libros de género. Pero no el pegamento complicado de describir que convierte una sombrilla hecha con tres palos en un maravilloso paraguas de inconsciencia y atrevimiento.
Una IA puede copiar ‘Alien’, pero no puede hacer ‘Inseminoid’. Puede copiar los planos icónicos, la banda sonora, la composición de plano de ‘La muerte tenía un precio’, pero no hacer ‘El gran silencio’ (por supuesto, no hay IA en el mundo que pueda generar de cero un nuevo Klaus Kinski; no un Klaus Kinski como el que ya tenemos, sino un equivalente renovado a Klaus Kinski). Una IA puede hacer una canción de punk de tres al cuarto, pero no componer ‘Solo maniquíes’ de Zer Bizio?. Una IA puede escribir una novela rápida de terror, pero os digo yo que necesitaría mil vidas para imitar la prosa febril, urgente y necesaria de un Ralph Barby o una Ada Coretti. Una IA puede escribir un tebeo de Superman o Batman que pasara por uno completamente hecho por humanos, pero no podría generar de cero, sin mirar los apuntes, una Oh, Wicked Wanda!
Por eso llevo décadas repitiendo que lo que nos hace auténticamente humanos no son las cimas de nuestra creación, no son el David de Miguel Ángel o ‘Ciudadano Kane’. Obviamente, también lo son, pero ese código es lo que se le da bien imitar a la IA, es lo que está estudiado, analizado, asimilado, documentado, es el canon. Sin embargo, las imperfecciones, las irregularidades, la creatividad que sale de lo que está sin domesticar, eso no va a ser nunca imitable porque nosotros mismos celebramos el accidente y lo pedregoso. Las imágenes icónicas de Russ Meyer, Lucio Fulci o Doris Wishman son imitables, sí, pero el pegamento invisible que subyace bajo ellos, al que aún hoy seguimos dándole vueltas porque no se puede resumir en una ecuación, no. Quién nos iba a decir que la serie B nos salvaría del advenimiento de las máquinas (un argumento de serie B en sí mismo, por cierto; eso garantiza que estas palabras no las está escribiendo una IA).
Spotify: One Original Step Beyond
‘One Original Step Beyond’ es el título de una cassette que compré en los feroces noventa y que incluía una serie de canciones que luego popularizarían como versiones, en su mayoría, la conocida como “segunda ola del ska”, es decir, los grupos que en los ochenta en Reino Unido, a la sombra del punk y la Nueva Ola, habían revivido un género hasta entonces marginal. Los iconos del género (Madness, The Specials, The Selecter, Bad Manners) eran furiosos versioneadores, y algunas de las canciones más populares de estas bandas (‘One Step Beyond’, ‘A Message yo You, Rudy’…) son en realidad versiones muy fieles de los originales jamaicanos.
Ya hablaremos algún día del ska original, que sin la producción pop de la segunda ola es una música que me transmite una calidez y al mismo tiempo un genuino sentido de la diversión que me cautiva como pocas. En cualquier caso, esta playlist replica buena parte de aquella cassette (que no está en Spotify), la he aderezado con las correspondientes versiones posteriores y la he salpimentado con algunas sorpresas. Por ejemplo, ‘Judge Dread’ de Prince Buster, que no fue versioneada pero dio nombre a uno de los intérpretes más conocidos del género en los ochenta (y que también aparece en la lista con su mayor éxito, ‘Al Capone’, una versión… de Prince Buster). También he incluido algunos versioneadores que se salen de la segunda ola británica, como los odiadísimos UB40 (creo que su ‘Red Red Wine’ es una buena versión aunque suene a banda sonora para clínicas de fertilidad asistida), la excelente ‘The Tide Is High’ de Blondie (superior a la original de los Paragons, si me preguntan), la magistral ‘Police & Thieves’ de los Clash (también mejorando la presente de Junior Murvin gracias a su tremebunda energía punk), el demoledor parraque crooner de Bryan Ferry y su ‘I’m in the Mood for Love’ y, cómo no, el ‘Sarri Sarri’ de Kortatu y la divertidísima versión original, ‘Chatty Chatty’. Y de despedida, un regalo no ska, pero que incluyo porque tanto la versión como la semidesconocida original son sensacionales: ‘It Must Be Love’ de Madness y Labi Siffre.
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Tienes el tiempo justo de ir zumbando a cualquier librería (o en los emporios digitales que luego financian cimas de la horterada nupcial en Venecia) y comprar ‘Luz Negra’, mi novela, donde se dan la mano Lovecraft, Drácula, Nosferatu, médiums victorianas, viudas reales históricas, actores al servicio de Su Majestad, ocultistas de entreguerras y pobrecitas documentalistas en la Madrid de hoy día, que si vivir ahí no tuviera bastante desgracia de por sí, tienen que enfrentarse a amenazas interdimensionales más viejas que un bosque (cósmico).
El tiempo justo porque este año voy a estar en el Celsius contando cosas sobre ella, así que tienes que darte prisa para llevarla leída. No sé qué día exactamente ni a qué hora (los actos los anuncian con muy poca antelación), pero no estaría mal que te pasaras por la edición de este año, entre el 15 y el 19 de junio, porque me voy a codear con Brandon Sanderson y eso sí que puede ser la risa.