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Series Medias # 2: Parece que la cosa va circulando
Una serie de recomendaciones y disgresiones sobre todo lo que me interesa

Gracias, seguimos, todo bien
Bueno, que la cosa ha ido bien, ¿te lo puedes creer? Un par de cientos de suscriptores, unas cuantas opiniones positivas. Todo lo que queríamos. Aprecio, de verdad, todas las sugerencias, que me digáis qué partes del invento os gustan y qué partes os disconforman. Como véis repito algunas secciones y traigo otras nuevas. Un jolgorio. Vamos allá.
Granja de asnos

Hace unos días la nueva versión de ‘Rebelión en la granja’, comandada por el siempre digno de desconfianza Andy Serkis, presentaba un primer vistazo absolutamente horrendo. Ya me parece terrible que una novela cuya imaginería ha ido siempre asociada a la pocilga de los cerdos inspire una estética tan absolutamente limpia, aséptica y asimilada por el mainstream. Pero es que además Serkis afirma que va a despolitizar la película: no del todo, claro, eso es imposible, la película va de unos cerdos que someten a una granja. Podría decirse que se puede interpretar literalmente, es una película que retrata un martes cualquiera, pero lo cierto es que aunque queramos entenderla como metáfora, es indespolitizable. Por eso Serkis lo que dice es que va a atender más a las emociones. Justo lo que piden estos tiempos, Andy, de una adaptación de ‘Rebelión en la granja’.
Decía yo en Bluesky cuando me enteré de la movida que hay que hacer un esfuerzo muy político para despolitizar ‘Rebelión en la granja’. Muy político en una dirección muy específica, por mucho que el régimen totalitario que se critica en la novela de Orwell sea el de Stalin. Es decir, que haciendo un esfuerzo hasta se podría alinear la película con los códigos yanquis del mamá-que-vienen-los-rojos de toda la vida. Pero ni ese esfuerzo va a hacer Serkis, el tío, y emprende una cruzada mucho más perversa: complacer a los gañanes que piden a los creadores que dejen la política fuera de sus franquicias.
Serkis quiere acariciar el lomo de la peña que quiere que no se hable de política en sus Marvel y en sus ‘Star Wars’. Es decir, que no se politicen una franquicia cuyos personajes más conocidos forman parte de un grupo paramilitar de enmascarados especialistas en guerra sucia. Y una saga sobre un grupo de terroristas enfrentados a un régimen totalitario en una serie de películas con la palabra GUERRA en el título, todo ello firmado por un miembro de una de las generaciones de cineastas más politizadas de la historia. Bueno, Serkis ha pensado que esa gente razona con la cabeza correcta y sí, vamos a hacer que esta película sobre unos cerdos que someten al resto de los animales de una granja con estética militaroide, ahí vamos a centrarnos en las emociones.
Las emociones, si me preguntan, una cosa alucinante que hay que mostrar más en las pelis. Pero a Orwell le quitáis las pezuñas de encima. Cerdos.
Bebé de ciudad atacado por ratas
El metal extremo es un género con el que me relaciono lo justo porque la ruidera me aturulla (ya hablamos en la carta #1 del soberbio ‘Black Metal’ de Magius sin necesidad de hablar de música), pero le reconozco valores indiscutibles más allá de los estéticos (que eso por supuesto). Como la aguerrida poesía espontánea que se extrae de los títulos de sus canciones, especialmente en los géneros más alejados de la brasa tolkieniana: dan ganas de leer listados de títulos de canciones de estilos, digamos, tipo goregrind, como los discos de Carcass. Traduzcamos el tracklist de su ‘Symphonies of Sickness’ (‘Sinfonías de la enfermedad’):
Hedor de putrefacción
Exhumar para consumir
Emisión abdominal excoriadora
Reventado en purulencia
Necroticismo empatológico
Necropsia embrionaria y devoramiento
Masa vulgar enjambreada de virulencia infectada
Incubadora cadavérica de endoparásitos
Demencia lacerante
Erosión crepitante del intestino
Es que se te llena la boca de sinsentido, no carente, como digo, de poética absolutamente buscada y voluntaria, nada de errores felices. Por ejemplo, “empatológico” es, por lo que he podido intuir, una mezcla de “empatía” y “patológico”, y “enjambreada” me lo he inventado porque el español no permite poner setenta mil adjetivos a un mismo sustantivo, en algún momento hay que tomar decisiones. Mi relación de amor con el metal extremo es, aparte de la de cualquier persona de bien (todo ser humano necesita en algún momento algo de ruido blanco -o mejor dicho, ruido negro- para concentrarse), meramente conceptual. Claro que te puedes llamar Corpulancia Vomitiva, grupo de death metal cristiano (dato real), me chifla tu compromiso.
El caso es que el otro día caí en un significativo precedente de esta furia nominativa, y fue gracias a uno de mis grupos favoritos, los pies negros británicos GBH, que daban tumbos por la facción más dura y acelerada del punk del país a finales de los setenta junto con berracos como Discharge o Exploited. Su magistral (cero exageración ahí) primer disco, de 1982, se tituló ‘City Baby Attacked By Rats’, es decir, ‘Bebé de ciudad atacado por ratas’. Y no, no se refiere a una moza, sino a una criatura: en la portada sale un cochecito con ratas por encima. He caído ahí en la conexión, ya que no musical, sí conceptual (y posiblemente intencional: las huestes del black metal eran unos zumbados, pero no unos mendrugos) entre estos clasicazos y los asustaviejas del nuevo siglo: siempre puedes confiar en un salvaje que toca regular la guitarra para sorprenderte con un arrebato de lírica mortuoria de primerísima categoría. La belleza está en la basura, y eso los que escuchamos punk lo sabemos más que de sobra.
Lo mal que está que te guste el mejor
1.- La muerte de Brian Wilson, alma de los Beach Boys, ha conmocionado a una comunidad de aficionados a la música que se está desangrando de ídolos legendarios (esta misma semana fallecía también Sly Stone) y a mí me ha dejado particularmente tocado. Como conté en Bluesky, me alegró -quizás de forma algo ingenua, porque sé que estas expresiones de duelo en redes sociales tienen mucho de querer aparecer en la foto del dolor colectivo en el momento preciso- ver que muchos se lamentaban de la muerte del genio. Es inevitable sentirse un poco más arropado en la muerte de alguien cuya obra te ha acompañado toda la vida. Me pasó hace no mucho con Lynch, me pasó un poco antes con Bowie. Es tremendo postureo, pero en estos momentos, ver a cientos de personas reproduciendo sus canciones favoritas, que también son las tuyas, resulta agradable.
2.- Hay un detalle conocidísimo de ‘God Only Knows’, mi icono particular de la banda junto a ‘Wouldn’t It Be Nice’, pero es mi cosa favorita sobre ella, así que os la cuento. La canción fue coescrita (por eso es tan buena: Wilson componía las mejores melodías, pero no siempre las mejores letras) con Tony Asher, y este ha reconocido en abundantes ocasiones que la insólita perfección de la canción se resume en su primer verso, “I may not always love you…”. Es decir, “Quizás no te vaya a querer siempre…”, el arranque menos romántico posible para la que Paul McCartney definió como “la mejor canción de amor jamás escrita”. Todo el mundo esperaría un “Te querré siempre”, pero ahí está el genio de Wilson (y Asher).
Es una canción que con sus constantes cambios de ritmo y melodía desafía constantemente al oyente, como quizás hacen también las mejores historias de amor, que tanto reconoce la imperfección de los sentimientos como se atreve a clamar a los cielos si es que alguien se atreviera a acabar con el idilio, en el también perfecto estribillo de “Sabe Dios lo que haría si no te tuviera…”. Es decir, anticipándose al desastre en una decisión también extraña para una típica canción de amor. El arranque es tan extraño como la propia canción, o el estribillo, y el conjunto es perfecto.
3.- Este excelente artículo de Noel Ceballos en GQ hablaba de Brian Wilson cuando se estrenó un documental que vimos todos los que alguna vez nos hemos conmovido con los Beach Boys y que, pese a su interés, no acababa de cuajar en su intento de quedar bien con todo el mundo, algo muy complicado como sabe cualquiera mínimamente familiarizado con la banda y su histórica sartenada de disputas internas. Contaba yo en el episodio de ‘Rancho Drácula’ que enlazo ahí arriba, a propósito de este y el también fallido pero igualmente recomendable documental sobre Jim Henson, que en mi cabeza Wilson y Henson, genios netamente norteamericanos con una personalidad complicada y un legado tan universal y puro que deslumbra, merecían mejores panegíricos.
El de los Beach Boys, sin embargo, cruza una línea roja un poco complicada: reunir a la banda para una foto final en la que se masca cierta tensión. Wilson y Mike Love, miembro de la banda desde el principio y casi elopuesto a Wilson en su obsesión por exprimir al límite su legado, llevaban años sin hablarse, y aquí se dan un desganado abrazo para complacer al mismo tipo de fan que, posiblemente, pensó que qué narices era eso tan extraño de ‘Good Vibratons’ en 1966, que dónde estaban sus canciones sobre surf.
4.- Me revienta cuando se busca complacer al devoto de las historias en las que todo cuadra, especialmente en los documentales, porque queda claro que falta por encontrar (o se han ignorado muy conscientemente) las piezas que en el puzzle completo de la vida real inevitablemente quedan sueltas. Esa puntita de malestar lo redondea perfectamente este artículo de Hipersónica, el mejor que he leído tras la muerte de Wilson. En él, P. Roberto J. se lamenta de cómo los fans (él mismo) celebraron el regreso del genio a los escenarios sin caer en que posiblemente no lo estaba pasando bien… hasta que lo vio. Lo compara con el caso de Daniel Johnston, un caso que a mí siempre me ha perturbado profundamente: las mejores canciones salen de una cabeza atormentada. ¿Realmente tenemos derecho a exprimir su sufrimiento para seguir disfrutando de canciones redondas?
La ristra de artistas increíbles con problemas mentales es interminable (qué es la creación artística en sí misma si no la manifestación suave de un desvío de la mente, tonteando con los márgenes del control) y la historia de las noventa horas de grabación de ‘Good Vibrations’ (excelentemente parodiada en ‘Dewey Cox’, la película que nos cuenta quién ha sido realmente relevante y quién no en la historia de la música) es apasionante. Y, por supuesto, la torturada demencia creativa de Wilson que se refleja perfectamente en sus sinfonías de bolsillo ya estaba en la arrebatada melancolía de sus primeras canciones. Pero conforme me hago viejo, soy más consciente de que ninguna obra maestra compensa el sufrimiento de nadie: es normal haber caído en esa trampa, hasta el propio Wilson caía cuando se lamentaba de que el tratamiento que le mantenía cuerdo le rompía la creatividad. Qué complicado es todo, y qué pena que la vida no pueda ser tan sencilla como las mejores canciones del mundo.
5.- Yo confieso, y ya termino. Me flipa ‘Kokomo’, una autoparodia involuntaria de los Beach Boys sin la participación de Wilson, más cerca del yatch rock que de la grandeza de sus laberínticas sinfonías pop. Pero hasta aquí, en una pieza consciente de su perversidad decadente, el fantasma de su talento está presente en las rotundas armonías vocales. Un poco lo que sentimos cada vez que tarareamos ‘Surfin’ Safari’ en la ducha: la oportunidad de acariciar lo sublime con la punta de los dedos.
A estas alturas no voy a descubrir a nadie uno de los mejores podcasts de crítica cultural en español. Uno de verdad, de los que no se dedican a leer entradas de la wikipedia, sino a plantear sus propias opiniones y hacer que los oyentes se cuestionen las suyas. Este último episodio, centrado en la magnífica ‘Sinners’ me ha gustado casi tanto como la propia peli de Ryan Coogler, y ha abierto puertas que yo intuía pero que no sabía verbalizar, a partir de un concepto muy sencillo y que la película deja clara: los vampiros no son los malos. Esto está claro: los malos son el Ku-Klux Klan. Pero entonces… ¿qué son los vampiros? A partir de ahí Marta Trivi y Alberto Corona elaboran una magnífica teoría acerca del todo cultural, de cómo la cultura marca a las personas y se convierte en su auténtica bandera, una que se deja contaminar por las ajenas y nos enriquece y nos hace crecer, y que no solo me ha hecho revisitar la película, sino que me ha emocionado por la pasión y el conocimiento con el que lo plantean todo. Una auténtica maravilla de capítulo.
Chucky presidente
No me voy a poner a repasar aquí las razones de mi devoción por la saga ‘Muñeco diabólico’ (entre otras cosas, porque ya lo hice en ‘Rancho Drácula’), pero viendo la tercera y última temporada de ‘Chucky’ (“Chucky en la Casa Blanca!!”, un concepto que se vende solo), no he dejado de pensar en lo curioso que es que una de las series más libres y con un sello autoral más claro de los últimos tiempos (su creador original, Don Mancini, guionizó la primera entrega, ha dirigido varias de las últimas y posee los derechos de la franquicia desde hace años) sea una derivada de una saga de siete películas (y un reboot). Y sin embargo, ahí está, un festival de humor y violencia para sectarios entregados, que juega tanto al guiño para conocedores (el laberinto de cameos meta de la segunda temporada consiguió pillarme con el paso cambiado hasta a mí, cuando recuperó a la hermanísima Meg Tilly) como a la desviación por carreteras ya carentes de toda lógica (la idea de que la personalidad de Chucky pudiera desdoblarse en múltiples cuerpos, conformando así un ejército de muñecos asesinos todos iguales pero, como los Pitufos, todos distintos, nació en la última películas y aquí se lleva al extremo).
Con ‘Chucky’ uno tiene la sensación de estar asistiendo a una producción que no se debe a nadie salvo a sí misma, y es una sensación refrescante en estos tiempos de espantos como la cosa de los dragones, los mediocrísimos policiacos de Netflix o la adaptación de ‘The Last of Us’. ‘Chucky’ sigue siendo un colchón que huele a familiar, que sincroniza su ritmo cardiaco con el del espectador y que (vivan las chifladuras argumentales en las que se cruzan la Jennifer Tilly real, la novia de Chucky y la hija de Brad Douriff sin extremidades) no deja de dar grand guignol de primera categoría. La auténtica tele de calidad.
Spotify: No me dejan versionear
¿Y si traigo en cada entrega de ‘Series medias’ una playlist para que estéis bien musicalizados? Esta semana arrancamos con una lista de temas que me gustaría tocar en alguna de mis bandas pero las circunstancias (la democracia grupal, la incompetencia musical, la impericia técnica o la pura y dura sensatez) lo han impedido hasta ahora. Pero en algún momento he deseado hacerlas mías y como lista de deseos e improbabilidades no está nada mal.
Hay un Nosferatu en este libro

¿Tienes un momento para que te hable de ‘Luz negra’? Se trata de la novela de terror, a medio camino entre Lovecraft y el body horror más macabro, que traza una línea nada directa entre la escritura de ‘Drácula’ y la actualidad, haciendo escalas en su adaptación pirata ‘Nosferatu’, en los recovecos de la Inglaterra victoriana sobrenatural y en las posibilidades de una película muda de entreguerras como artefacto ocultista. ¿Te llama, pero no crees que la cosa esté a la altura de las circunstancias? En cualquier librería independiente o dependiente puedes encontrarla y comprobar si estoy exagerando o no. Yo creo que, como los libros del padre Amorth, ‘Luz Negra’ está francamente bien.