- Series Medias
- Posts
- Series Medias # 1: A ver cuánto me dura el caprichito
Series Medias # 1: A ver cuánto me dura el caprichito
Una serie de recomendaciones y disgresiones sobre todo lo que me interesa

Rapidísimamente
¿Qué es Series Medias? Una newsletter aperiódica en la que voy a ir comentando cosas que veo, disfruto e intuyo y que creo que pueden ser interesantes para conocimiento general. Hace tiempo que los medios tradicionales han dejado de proporcionar información ordenada o con el tono que a mi me interesa, sin ataduras a la demencia de la actualidad o de los algoritmos, y la búsqueda de opiniones es un continuo picoteo por redes sociales cada vez más caótico y que implica, por cada joya con la que nos tropezamos, una cantidad de basura absolutamente intolerable.
Las newsletters parecen un regreso a una cierta distribución de los textos que recuerda a uno de los últimos momentos culturalmente fértiles que nos dio internet, el de los blogs. Así que vamos a arrancar con estas recopilaciones de recomendaciones y opiniones (no muchas y no muy asilvestradas, lo prometo) que, con suerte, llegarán a un puñado de envíos.
Ah, ¿por qué Series Medias? Así llamé a mi efimerísimo canal de Youtube (que no duró nada, pero en el que hablé de los laberintos legales de ‘Viernes, 13’ y del ‘Desafío total’ de David Cronenberg, y no quedó nada mal), en alusión a una de mis obsesiones perennes: las propuestas culturales que no necesitan circular en la oscuridad absoluta de los márgenes, ni como genuflexiones absolutas a la industria del entretenimiento. El término medio que no necesariamente implica que ni frío ni calor, sino más bien todo lo contrario.
Songs the cassettes tought us

Como viejales que se acerca con paso firme a los cincuenta tacos, recuerdo a menudo los heroicos tiempos pre-internet. No soy de los que antes todo mejor, pero sí recuerdo, inevitablemente, detalles de la cultura pop que no es que no volverán, es que es materialmente imposible que vuelvan porque no existen los medios físicos para que lo hagan. Hojear de camino a casa la ultraviolencia congelada del último número de Fangoria, rezar para que la hora y cuarenta y cinco minutos escasos que quedaba al final del VHS de ‘Ghoulies’ fuera suficiente para que cupiera esa película de la que todo el mundo hablaba, ‘Street Trash’ (menos mal que me quedé despierto para grabarla: esa noche en ‘El juego de la Oca’ se torraron con las pausas publicitarias). Y descubrir nueva música porque me la recomendaban otros grupos.
Estamos de acuerdo en que el algoritmo tiene algo de mágico, inaprehensible, de “¿cómo lo hace?” que cosquillea la curiosidad las primeras veces, pero inevitablemente decepciona cuando, con la lógica aplastante de la máquina pero no la del sentido común, te recomienda a Mecano porque has escuchado un disco de Kraftwerk (OK, me gusta el primer disco de Mecano, pero no TANTO). Las recomendaciones en los tiempos analógicos eran, sin duda, más erráticas, y claro que te podías fiar de que el delincuente juvenil que estaba tripitiendo tercero de BUP te iba a recomendar unas buenas mandangas de Barricada, pero también que si tenía el día tonto te iban a caer unas chapas de Extremoduro que no había quien las aguantara. Aún así, entendíamos que las personas son así, complejas, contradictorias. Y así funcionaban también los recopilatorios de cassette.
Las bandas eran como las personas, y nada funcionaba mejor que un recopilatorio refrendado por una banda. La mejor idea del mundo en ese contexto fueron los semipiratas -pero que corrían de mano en mano en grabaciones de calidad infecta- ‘Songs We Taught The Fuzztones’ y ‘Songs The Cramps Taught Us’ (estos últimos, en realidad, son los recopilatorios ‘Born Bad’ renombrados). Esos recopilatorios no solo eran la mejor manera de sumergirse en el garaje más demencial y de baja fidelidad, sino que refrendaba el carácter omnívoro de las bandas que adorábamos. La tercera pata de ese banco, por supuesto, era Siniestro Total, mi particular enciclopedia de la música para conocer a tantísimos grupos gracias a sus versiones. Con Siniestro me acostumbré a que mis grupos favoritos me dieran las mejores lecciones de historia de la música, tanto por activa (no sé si me gusta más la versión de ‘Moon Over Marin’ de ellos o la original de los Dead Kennedys) como por pasiva (‘Me gusta como andas’, mi disco favorito de Siniestro Total, es como el disco perfecto de Dr. Feelgood que nunca llegó a grabarse).
Y vuelvo al lamento del viejales de cincuenta años, no soy yo muy de decir que lo de antes sí que sí (aunque me reservo mi opinión, que revisita un poco más de complejidad que solo eso), pero lo que antes sí que había era un trabajo de arqueología que echo de menos: los grupos te brindaban pistas que seguir a través de las bandas que versioneaban, de las influencias que dejaban caer en entrevistas, de las camisetas que llevaban (demonios, cuando Kurt Cobain puso de moda a Sonic Youth a nivel internacional gracias a una camiseta). Hay algo endiabladamente analógico, completamente fuera de algoritmos, que por encima del ruido y la furia, echo de menos. Porque el ruido y la furia los seguimos replicando, pero el gozo al identificar el significado de unos créditos en la contraportada que se nos han escapado durante meses cada vez cuesta más.
Vuelve Charlie
Las mejores series que puedes ver ahora mismo en streaming son ‘Los ensayos’ y ‘El estudio’, en otro momento os cuento algo de ellas. Pero emocionalmente, no hay una cuyo regreso espere con más ansia que ‘Poker Face’, que más o menos cuando leas esta carta debe haber sido estrenada (en Estados Unidos, parece que SkyShowtime no la va a estrenar simultáneamente en España, y luego vendrán los lloros). Después de ver dos veces la primera temporada para aplacar la ansiedad ante el estreno de la segunda, sigo preguntándome qué me fascina tanto de una serie que, esencialmente, sigue al pie de la letra el libro de instrucciones de ‘Colombo’ (el espectador conoce al asesino desde el arranque, lo divertido es ver cómo es descubierto por el detective) con solo pequeñísimos guiños posmo por el camino.
Creo que, aparte de lo obvio (interpretaciones extraordinarias, ambientación estupenda, ritmo de road movie, subtrama de fondo que sirve de gasolina para toda la temporada -aunque desaparece en esta temporada, donde los episodios son más aislados que nunca-), lo que me gusta de ‘Poker Face’ es cómo se recrea en la inmensa variedad de grises que conforman la conducta humana. Víctimas odiosas, asesinos con motivos muy dignos de empatía, moralejas en zona de grises… ‘Poker Face’ es, paradójicamente para una serie que funciona con un mecanismo de relojería muy bien engrasado, una de las series más humanas de la parrilla, y todo gracias a un secreto infalible: está estupendamente bien escrita. Al final, el secreto era que las series crecieran de forma orgánica, y no mediante excels al servicio del algoritmo.
Statham, para lo bueno ty para lo malo
‘Rescate implacable’, emocionante título ochenterísimo que ha recibido ‘A Working Man’ en España, acaba de llegar a Prime Video, donde posiblemente esté su lugar de explotación natural como gran barreño de producciones para padres, como ‘Reacher’ o ‘Juego de patriotas’, después de un fugaz paso por salas. Es una película de Statham que solo recomendaría a fans de Statham, y aún así lo haría con reparos: sube un poco el nivel después de la floja ‘Beekeper. El protector’ (terrible oportunidad desperdiciada de llamarla ‘Nombre en código: A.P.I.C.U.L.T.O.R.’), pero sigue siendo una cosa a la que le sobra media hora y que ya corroboraba (como vuelve a hacer ‘Nombre en código: A.P.I.C.U.L.T.O.R.’) que David Ayer es un tipejo despreciable, capaz de convertir las secuencias de acción de un capacitadísimo Statham en barullos insondables donde solo se distingue ruido, confusión y grititos.
Sin embargo, el cine de género, y atesorad esta sabiduría que comparto con vosotros, siempre tiene oro molido que brindarnos. A veces sin darse cuenta. A veces le puede su devoción por retorcer los límites del código que le viene heredado de décadas de películas, libros y tebeos construidos con los mismos mimbres. A veces muy conscientemente, retorciendo los tópicos en búsqueda de nuevas vías de expresión. Sea como fuere, el cine de género siempre nos da más a cambio de nada. En este caso, el thriller, el policiaco, el cine de tipos duros, que se ve puesto en solfa cuando la hija del protagonista, con una mezcla adorable de inocencia infantil y mala uva de que ya no aguanta a su padre, que será todo lo marine que quieras, pero como padre es un desastre, le pregunta para referirse a un amigo que perdió la vista cuando combatía junto a su padre: “¿Tu amigo ciego que no sabe que es ciego?”. Mejor definición imposible, pura poética del desastre anunciado, para referirse a tantos héroes de acción obcecados en una vida llena de violencia sin sentido y misiones que no van a ninguna parte.
La peli, regulera. Pero siempre puedes confiar en el cine de género para que te saque de un apuro metodológico-conceptual.
Cuando descubro un nuevo podcast, tiendo a buscar en su archivo un tema que yo conozca bien (y que me apetezca escuchar: ya os digo que los últimos vaivenes en taquilla de Marvel me los sé de memoria, pero antes muerto). Y si ya conociendo yo el tema me descubren cosas nuevas, tienen mi atención en lo sucesivo. Me ha pasado con el análisis en dos partes de ‘Doble asesinato en la calle Morgue’ de Edgar Allan Poe que hace ‘Pop Kult’: en algo más de tres horas desgranan todos los aspectos posibles de una obra esencial, y con ello han garantizado mi fidelidad futura al programa.
Aún no he terminado de escuchar los dos episodios, pero de momento, han desplegado un rosario de interpretaciones del clásico policiaco de Poe absolutamente alucinante: han hablado, entre otras cosas, del carácter fundacional de Dupin y de este relato como constructor esencial de los misterios de habitaciones cerradas; del “tren de pensamiento” (las ristras de deducciones que popularizaría Sherlock Holmes para dejar boquiabierto a Watson) y su base en las teorías de filósofos como Locke o Hobbes, anticipándose a las ideas de Freud y aplicadas a otras obras como la propia ‘El cuervo’ de Poe; o una interesantísima disquisición sobre el papel de las grandes ciudades (en este caso, París) como terreno abonado para el asesino anónimo, y de la manita, la creación del relato policiaco. Buenisísimo podcast, deseando ponerme con el que dedican a ‘El Equipo A’.
Escucho muy pocos, no, ningún podcast de ficción. Con una sola excepción: los que traman Manuel Bartual y Carmen Pacheco, que vertebran ficciones donde cuidan mucho los detalles. El trasfondo de las historias, un lore que se despliega mucho más allá de lo que se dice, lo que da la sensación de estar asistiendo a la descripción de mundos extremadamente vivos, y una buena elección siempre de las voces protagonistas. En esta ocasión, imposible no declararse fan de las dos streamers interpretadas por Clara Galle y Mia Sala-Patau, que descubren, juegan y caen bajo el influjo de ‘Místicas’, un videojuego perdido de los ochenta.
En este caso, resulta un poco inverosímil que dos millennials se interesen por un juego perdido de los ochenta, claro sosías de ‘La abadía del crimen’ (exquisito en ese sentido el trabajo de promoción que han hecho, por ejemplo, con la creación de unas animaciones firmadas por Héctor Bometón y que imitan la estética de un juego de Amstrad CPC), pero eso es lo de menos: aunque ‘Místicas’ decide no profundizar en el tono críptico y arcano que tienen los videojuegos de la época y que nos sigue fascinando a los viejos del lugar, el choque entre investigación paranormal, videojuegos vetustos y sectas antropófagas (levísimamente inspiradas en la realidad franquista, otra cosa terrible que no deja de funcionar como vertedero de horrores) funciona y está lleno de detalles malvados: la existencia o no de La Santa, el ascenso social de quienes permanecieron fieles a la secta, la obsesión del creador del juego… una exquisitez que brilla más en los momentos más ácidos.
Metal negruzco

El equilibrio al que ha llegado Magius entre la documentación exhaustiva de las instantáneas históricas que retrata y las libertades visuales y argumentales que se toma es absolutamente mágico. Es lo que le da una personalidad única a ‘Primavera en Madrid’, y que repite con ‘Black Metal’, su crónica de los desmanes de los artífices del negrísimo subgébnero metalero nórdico. Con este no va a ganar el Premio Nacional del Cómic por razones obvias: aquella obra maestra rendía tributo al aquí y ahora del españolismo de forma única. Pero ‘Black Metal no anda falto de sutilezas tampoco.
Por ejemplo, con la elección de niños para interpretar a los elementos que, en la historia real eran ya jovenzuelos con largas melenas. Pero al transformarlos en críos con comportamiento de críos Magius deja en evidencia, sin necesidad de laberintos discursivos, lo banal y desnortado de las relaciones que entretejieron y de las motivaciones que tenían. Al fin y al cabo, quién podría ponerse un seudónimo pretendiendo ser aterrador sascado de un malo de Tolkien si no fuese un niño. Ah no, que eso pasó de verdad.
Ni a discazo llega, porque es solo un single que han tramado los Soft Play (ex-Slaves) con la eterna Kate Nash, que recupera aquí su mejor sonido punk, el que nos volvió locatis en ‘Girl Talk’. Y aunque Soft Play han perdido el empuje lo-fi de los dos primeros discos, siguen componiendo con una clase que pa qué, como demostraron en aquel collage de declaraciones hatermonguer que fue la soberbia ‘Punk’s Dead’. Esta ‘Slushy’ tiene un aire setentaysietista absolutamente delicioso, así que seguimos subidos a este barco.
El pertinente recordatorio

‘Luz negra’ sigue ahí, a la venta, en cualquier librería independiente o dependiente de tu elección. Se trata de una novela de terror con sus dosis de body horror, desviación lovecraftiana y citas cinéfilas, y de la que estoy bastante orgulloso, cosa poco habitual para lo que suelo ser yo con mis cosas. ¿Algunas cosas recientes en las que he salido hablando de ella?
Claro: En el podcast ‘Terror elevado’, Kiko Vega y David Bizarro me entrevistaron a propósito del libro, y acabamos hablando de Resen, Joaquín Prat y Sidney Sweeney sin conseguir acordarnos del nombre.